Restaurando la luz que hay en mí

Foto cortesía: "Platanales" Lillian Alvarez - artista plástico y restauradora.

Durante los últimos días me he estado preguntando si realmente uno puede hacer una pausa en el tiempo, y es que si realmente es cierto que todo está escrito y que no se cae un cabello de la cabeza de nadie sin que Dios ya lo haya dispuesto, entonces este tema del libre albedrío queda como en el limbo de la incomprensión y eso de la pausa en el tiempo es solo un don para los extraterrestres, o para las películas como Back to the Future, pero no para nosotros los mortales quienes aun estamos aprendiendo a superar la torta que pusimos hace miles de años cuando éramos una civilización llena de luz, conocimiento y poder hasta que decidimos matarnos entre nosotros mismos y ahora estamos aquí nuevamente, unas cuantas reencarnaciones después, buscando el camino de vuelta a casa, es decir, aprendiendo a ser nuevamente seres humanos bondadosos, compasivos, generosos, serviciales y amorosos para ver si recuperamos la conciencia creadora de la que fuimos dotados en el principio de los principios cuando a Dios se le ocurrió crear al hombre y a la mujer a su semejanza.

Co-creadores de nuestro destino, wao!, es que casi no lo podemos creer, porque de creerlo completamente estaríamos asumiendo nuestra incapacidad mental para crear un mundo positivo y lleno de luz en lugar de tanta miseria, guerra y sufrimiento. Vivimos estresados, pre-ocupados por el dinero, resolviendo situaciones todo el día, dándole a cada quien lo que le toca y administrando la luz del sol lo mejor que se puede para te rinda la vida y al llegar la noche aún tengas ganas de amar y soñar.

Pero, ¿ Ese es el mundo que queremos?. ¿O acaso, no es más bien ese es el mundo que queremos dejar atrás?.¿Cuántas veces detenemos el reloj para reflexionar acerca de nuestras vidas? Para preguntarnos por aquello que nos gusta o que nos hace feliz, y es que parece que la felicidad aparentemente está más vinculada al éxito profesional y por lo tanto, implica darle más prioridad a aquello que alimenta nuestras finanzas y las de la familia.

Sin embargo, estando dentro de esa ola de compromisos de trabajo y velando por que no se escape un solo detalle de nuestra obra maestra, nos perdemos muchas veces de disfrutar de la vista panorámica de nuestra propia vida, aquella que solo se puede divisar desde la distancia, desde la soledad, desde la lejanía, donde la perfección no es importante y los detalles se pierden de vista, donde todos los colores se difuminan y las líneas de la obra desaparecen. Esto es lo que hacen los grandes pintores, se apartan de su lienzo para poder contemplar el avance de su ingenio, y mientras más grande e importante es la pintura, tanto más deben alejarse para poder verla mejor.

Esa pausa, esa lejanía, ese distanciamiento también nos lo pide la vida de vez en cuando porque nos permite observarnos mejor a nosotros mismos así como el pintor observa su obra y luego, sin prisa, retoma su pincel y su paleta para volver a darle luz y color a su pintura sin importar cuan grande esta sea. Asimismo, hay momentos en que la vida nos pide también una pausa para respirar, para alimentar el espíritu sin cuestionarlo, ni criticarlo, solamente para sentir la vida misma, detener la presión del estrés y poder devolverle la luz y el color a nuestra aura que es la más hermosa de todas las obras de arte del universo porque refleja, sin disfraces, ni etiquetas lo que verdaderamente somos; seres maravillosos viviendo en un planeta en restauración, lo que nos convierte automáticamente en restauradores de luz.

Date un chance, tómate las pausas que sean necesarias porque así también estarás restaurando tu luz interior para continuar con tu obra maestra que no es otra cosa que tu propósito de vida.

Namasté


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